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El principal secreto del oficio

por Alejandro Bilyk
25/09/12

        No hay expresión mejor, ni tiempo para buscarla. Vaya así: el principal secreto del oficio son las deudas.

        La explicación es simple.

        Lo común es que pensemos en aquello que dimos y en aquello que hicimos, en lo que somos y en lo que queremos; en nuestros sueños, nuestros talentos, nuestros sacrificios. Lo común es pensarnos.

        También es común que depositemos nuestras ocupaciones y preocupaciones a los pies del Señor, de María santísima, de los ángeles y los santos, destino de nuestras plegarias y de nuestro culto. Es común este ir y venir entre el cielo y nosotros mismos.

        Y, dentro de todo, es común también que pidamos por los próximos, y que por ellos demos gracias.

        Pero agradecerles a ellos, ser agradecidos con ellos, eso no es común.

        Los familiares, los amigos, los maestros, los benefactores, vivos y muertos.

        En cada punto del viaje, alguien nos dio algo sin exigirnos mucho. O nada, ni el acierto.

         Pero no llevamos registro riguroso. Nos distraemos. Volvemos a concentrarnos en el curso de nuestra propia estela. Olvidamos que seguimos endeudados.

       Luego, a la hora de la injusticia, nos preguntamos por qué. Cuando llega la ofensa, nos defendemos y nos indignamos como si no la mereciéramos.

        La merecemos. Por la desmemoria.

        Hay que aplicarse a ubicar los lugares, evocar los momentos, reconocer los rostros. Nombrarlos.

        En verdad, es el principal secreto de cualquier oficio: ser agradecidos.

        Es, en sí mismo, un oficio.

        Una cuesta, un ascenso impostergable: subir más arriba de lo que dimos o devolvimos, pues aun eso dependió de lo que recibimos. De la generosidad, de la sabiduría, de la experiencia, de la amistad, de la confianza, de la compañía, del amor de los demás.

        Sin ellos, no hubiéramos podido.

        Cada día, y especialmente en la hora de la prueba, grande o pequeña, recordemos nuestras deudas.

        Pidamos a Dios que nos ayude a no dejar atrás a nuestros silenciosos acreedores.

        Si nos tomamos el tiempo necesario, si hacemos el silencio suficiente, si nos ponemos a considerable distancia de nosotros mismos, recordaremos todo y recordaremos a todos.

        Cada uno debe estar dispuesto a editar éste, su ejemplar único, el más impagable entre los libros de los hombres.